Doctrina

La doctrina de Los Ministerios Luz de las Aguas a las Naciones

Nuestra doctrina/enseñanza fundamental está basada en las Escrituras (Biblia), tanto en el Antiguo Testamento (AT) como en el Nuevo (NT), la que consideramos material inspirado por Dios y entregado así a la iglesia, como herramienta básica y contundente para la vida integral de la persona y aquella que afecta todas las áreas de la vida del creyente, interpretada a la luz del Espíritu Santo. 

Creemos en un solo Dios, en tres personas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) que, si bien los tres son Dios, los tres son un solo Dios; una misma naturaleza divina, manifestada en tres personas.

Creemos que el Padre es el creador de todas las cosas y a quien le pertenece el diseño de la redención, realizada por su Hijo, encarnado en la persona de Jesucristo. Pero previamente a ello, el Hijo se manifestó desde el principio en forma preencarnada hasta el tiempo señalado. Jesucristo es el Hijo de Dios, que nunca dejó de ser Dios, aunque se vació a sí mismo y tomó naturaleza siervo obediente, para hacer la voluntad de su Padre y lograr la redención de la humanidad por medio de su sacrificio vicario. Jesucristo es cien por ciento Dios y cien por ciento hombre. Vino en semejanza humana, pero sin pecado. Fue tentando en todo, pero no hubo pecado en él, por lo cual calificó, según la ley dada por Dios a los hombres (ley de Moisés) para ser “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Es así que él muere por nuestros pecados, en forma sustitutoria por el hombre, llevando todo el juicio que nos correspondía sobre sí mismo, pero resucita al tercer día, y asume todo poder y dominio en los cielos y la tierra, habiendo derrotado a Satanás, el mundo, el pecado y la muerte. El es el que comisiona, por esto mismo, a su iglesia a predicar el evangelio. Él es el que empodera a su iglesia con el Espíritu Santo, el cual desciende históricamente sobre ella en Pentecostés, para inhabitar en ella. 

La iglesia de Jesucristo trabaja en el poder y unidad del Espíritu Santo y bajo su dirección, que son los mismos recursos con los que Jesús trabajó durante su ministerio terrenal. En el día de hoy, la iglesia de Jesucristo en la tierra es Cristo mismo en la tierra; es su cuerpo. La iglesia continúa la obra de Cristo. El Espíritu Santo es quien guía y enseña a la Iglesia. Su iglesia es una sola; él mismo se comprometió a edificarla. Él es su piedra angular. La iglesia no es una organización, sino es un organismo vivo. La iglesia no es un edificio, sino que son personas, cuya cabeza es Jesucristo. Cada miembro de su iglesia (los que reconocen a Jesucristo como su Señor), se constituye en templo del Espíritu Santo; toda la iglesia y cada congregación en particular es también templo del Espíritu Santo. 

Hay una iglesia por ciudad, aunque se manifiesta, en términos prácticos en diferentes congregaciones. Hay diferentes ministerios, conforme Jesucristo los entrega a los creyentes. En la organización de la iglesia, Dios estableció ancianos y diáconos, como figuras de autoridad. Dentro de los ancianos están los apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. Ellos forman un presbiterio local para equipar a los santos para hacer la obra que cada uno y como equipo deben hacer, para llevar a la iglesia a la unidad de la fe y del conocimiento completo del Hijo de Dios.

La iglesia es tanto una realidad terrenal (espacio-temporal) como celestial (eterna). La primera es el reflejo y manifestación de la segunda, como la muerte y la resurrección histórica de Cristo, es la manifestación de la inmolación eterna del Cordero, que le da origen a toda la creación y entrada al Hijo en forma preencarnada.

La obra de Cristo no se limita a la salvación de la humanidad, sino que esta es la base para la reunión de todas las cosas que están en los cielos con las cosas que están en la tierra en él. Por causa del pecado, en la esfera celestial (Satanás) como en la esfera terrenal (hombre), toda la creación cayó, pero Dios envió a su Hijo a restaurar todo lo que el pecado deshizo.

Israel ha sido el lugar, pueblo y nación escogidos por Dios para el desarrollo de su plan. Principia con Abraham, siendo él el padre de los creyentes. Sigue por medio de su familia, hasta desarrollar todo un pueblo, a partir de los doce hijos de Jacob, su nieto, que formarían las cabezas de las 12 tribus. Por ciertas circunstancias, predichas por Dios mismo, el pueblo queda cautivo en Egipto, donde Dios interviene cuatrocientos años después por mano de Moisés y los liberta, para llevarlos e introducirlos cuarenta años después en la tierra de Canaán, la tierra prometida, actual territorio de Israel, por mano de Josué. Allí se distribuyen y se asientan las tribus, se desarrolla primero toda una judicatura, luego el reinado. El constante pecado del pueblo de Israel lo lleva al destierro (a Babilonia), habiendo sido predicho por los profetas, como así también, regreso a la tierra prometida al cumplirse los setenta años. 

Más tarde Jesucristo nace en Belén, muere en Jerusalén y promete regresar a ese mismo lugar, junto con sus santos, que han creído en él, estableciendo cielos nuevos y tierra nueva, donde mora la justicia, donde no hay más muerte, ni más dolor, ni son necesarias la luz del sol de día, ni luz de luna en la noche, porque la iglesia gloriosa, portando la luz del Hijo de Dios y siendo uno con él, alumbrará a todas las naciones.

Para entender el desarrollo de esto, la Biblia nos enseña lo que es:

El pecado. Es una naturaleza que está en nosotros, que nos lleva a cometer pecados. También el apóstol Pablo lo llama “viejo hombre”. Los pecados son los que se cometen. Este viejo hombre es destruido por medio de la obra de la cruz, y sepultado en las aguas bautismales (bautismo de aguas). Esto no quiere decir que no pequemos, porque lo que ha quedado es todo un acostumbramiento a pecar que hay que resolver. Todo pecado es abominable delante de un Dios santo y, por lo tanto, rechazado por aquellos que se convierten a Dios.

La conversión se logra por iniciativa divina, donde el Espíritu Santo da convicción de pecado; uno reconoce su estado de perdición, el Espíritu Santo le revela la cruz y a Jesucristo como su Señor y Salvador y, por medio de la fe en él, el arrepentimiento y la confesión, la persona logra la salvación. En ese momento es justificado; Dios lo hace un justo para él: la justicia del Hijo de Dios está en él y pasa a ser un hijo de Dios. Pasa a formar parte de “la familia de Dios” en la tierra. 

Es un santo en cuanto a posición (uno está en Cristo), pero también tiene que desarrollar toda una conducta santa. Esta se logra, permitiendo que el Espíritu Santo (obre la santificación) aplique el poder de la obra de Cristo para hacerla. Debe haber una predisposición humana, que es obvia ante lo que es el conocimiento del pecado y del amor de Dios.

Por medio de Jesucristo, Dios entrega dones y ministerios a su pueblo, para hacerlas funcionales en aquello que el pecado las paralizó o bloqueó. Así comienza a desarrollarse en las diferentes congregaciones como iglesia para dar fruto y agradar a Dios Padre. El o la creyente tiene que crecer en la fe, en el conocimiento completo del Hijo de Dios, en la gracia, manifestar en todo momento un amor hacia Dios y hacia los hombres, y desarrollando en términos prácticos la comisión dada por el Señor.

En este sentido hay una comisión general que tiene toda la iglesia, como una comisión particular que tiene cada uno (miembro). Pero también hay comisiones particulares que se unen en un énfasis ministerial de una congregación.

El Espíritu Santo da dones a los hombres para empoderar a la iglesia justamente para la obra del ministerio (el bautismo en el Espíritu Santo). Es una investidura de poder para hacer frente a todas las asechanzas del diablo y así destruir todas sus fortalezas, en el avance de esa obra del ministerio, aunque muchas de esas fortalezas están en nuestro interior también.

Los valores cristianos han de manifestarse en todas las áreas y uno es cristiano las 24 horas del día y los siete días de la semana. Y durante toda ella, es que debe hacer la obra de fe. Así la conducta exterior como todos sus pensamientos y emociones deben estar centrados en agradar a Dios en todo momento.

Para lograr este alineamiento que redunda en nuestra transformación, las reuniones regulares en el local de reunión consisten en adoración a Dios, de estudio de la Palabra y de ministración de temas personales (niñez, adolescencia, juventud, matrimoniales, familiares, laborales, relacionales, etc.). La formación del carácter cristiano lo va haciendo la colaboración humano-divina, por la cual uno se dispone en las manos del Señor a ser transformado, humillándose ante él, y confesando y apartándose de aquello que no le da gloria a Dios. En el lugar de reunión, la iglesia recibe capacitación semanal (o más habitual) para adquirir todos esos recursos espirituales, que muchas veces quedan como un bagaje de conocimientos prácticos.

La iglesia se auto sostiene por medio de contribuciones libres de los fieles, las cuales no se piden ni se exigen, sino que se enseña, a la luz de las Escrituras cómo y en qué forma uno puede hacer esto, siempre dirigido por el Espíritu Santo.

Habiendo hecho Jesús un sacrificio sangriento una vez y para siempre, la iglesia ya no tiene que hacer sacrificios de esta naturaleza, lo que no quita que no tenga que hacer sacrificios, los cuales ahora son “espirituales”: alabanza y adoración, el servicio de la fe, el hacer el bien, la ayuda mutua, la oración, el ofrendar, la evangelización, el entregarse al ministerio, el entregar la vida ante él, el espíritu quebrantado, humillado delante de él, el obedecer y sujetarse a los líderes.

Somos una congregación cristiana y cristocéntrica, de formación básicamente evangélica, pero denominacionalmente independiente, constantemente siendo y buscando ser transformada por el Espíritu Santo. Entendemos que no es la voluntad de Dios las denominaciones, sino que estas son es el resultado de una forma humana de entender la organización eclesiástica. Nosotros tenemos una estructura apostólica-profética, donde reconocemos la autoridad de Dios dada a ciertas personas ungidas por el Señor, al cual uno libre y voluntariamente se sujeta para trabajar en orden, para recibir consejo, ayuda, instrucción, pero de cuya autoridad, venido el momento, podemos libremente salir. No estamos unidos por una transacción o pacto de tipo comercial, sino de lealtad y transparencia. Buscamos vivir siempre en justicia, lo cual es una constante en la enseñanza y práctica de cada uno. Reconocemos la gracia de Dios y la existencia de los diferentes ministerios (apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros) y cómo éstos se necesitan para la edificación de la iglesia. Creemos en redes apostólicas, esparcidas por todo el mundo con las cuales estamos en conocimiento y con algunas en contacto, como así también de diversos ministerios específicos.

Creemos que la iglesia debe tener un gobierno presbiterial, en el sentido que no es una persona sola la que toma las decisiones, sino que el presbiterio, idealmente formado por todos los ministerios arriba mencionados, y comunión con y por revelación del Espíritu Santo toma las decisiones pertinentes. Es así que creemos que Dios habla y revela su voluntad (no en contradicción a las Escrituras bíblicas) en el hoy. De allí que busquemos a diario y particularmente en cada oportunidad de reunirnos, revelación fresca para la toma de decisiones (individuales y grupales), como también para conocerlo más a él.